domingo, 22 de junio de 2014

UNA CITA CON TU BOLSA DE BASURA

Los recicladores de basura forman una pequeña pero vital parte de la economía informal. Estos trabajadores - hombres, mujeres y niños – se ganan la vida recogiendo, clasificando, reciclando y vendiendo los materiales valiosos tirados por otros. Más de 100.000 personas trabajan en Perú en el reciclaje de basura.


Nombre: Fiama Milagros Chullo Cahuana
Correo electrónico: milagrosf93@Hotmail.com

En el Perú, la ley dice que las bolsas de residuos sólidos deben tener un color distinto según lo que lleven dentro. Amarillo es para metales, blanco para plásticos, azul para papel, verde para vidrio y rojo para restos hospitalarios. Sólo los desechos de los hospitales, que no son colocados en la calle, respetan el color que les corresponde. Nadie más lo cumple. La basura de las casas suele ir en la primera bolsa que encontramos.

En el desvió de la Av. 28 de Julio, Calle Huayna Cápac y Simón Bolívar en Cayma  un costal negro de rafia está atrapada esta encima de la espalda de una mujer. Salió de su casa hace unos instantes. Es negra para ocultar lo que hay dentro. Es grande como para contener un televisor de veintiún pulgadas, pero no resiste más de quince kilogramos.

Esta mañana de invierno, este desvió amaneció repleta bolsas de polietileno de todos los colores. La única clasificación visible es la de las marcas que las reparten. Blancos de farmacias, amarillos y verdes de supermercados, rojos de centros comerciales. Esta bolsa de polietileno (el plástico más común) es una de los mil millones que se fabrican al año en el mundo.

En España han creado una ley para que en 2018 nadie use esas bolsas. En Bronwsville, uno de los municipios más pobres de Texas, ya están prohibidas y quienes se empeñen en usarlas deben pagar un dólar por cada una para contribuir con el presupuesto de limpieza de la ciudad. Los canadienses Harry Wasylyk, Larry Hansen y Frank Plomp crearon en 1950 la bolsa para basura. En la Edad de Piedra, todo era aprovechable y biodegradable. El reciclaje era un asunto cotidiano. En el siglo XXI creemos que no nos hace tanta falta. Todo es más barato y descartable. Una bolsa de basura es un instrumento para olvidar. La que está aquí esta noche tardará doscientos años en degradarse.

Dice que es inmune al filo de los vidrios, peros sus manos parecen marcadas por ellos. Teresa Quispe Huamán es una anciana de sesenta años con mechones blancos y dentadura incompleta que trabaja con dos chompas encima, una falda manchada por la suciedad, una chalina que le cubre el cuello y nunca se quita el gorro que la caracteriza, era de color azul pero el sol inclemente hizo que se volviera a un tono gris.

Teresa Quispe Huamán hurgando la basura del desvió con la esperanza de 
encontrar plásticos o alguna otra materia reciclable que le permita ganar dinero.
Teresa tiene 10 años escarbando entre la basura buscando plásticos, papeles y vidrios. Actúa con la precisión de un cirujano. Después de cinco minutos de hurgar terminará por descartar cáscaras de mandarina, vasos de tecnopor y bordes de pizza. Los desperdicios de una cena mal medida, quizás el almuerzo que alguien no comió. Para ella no tienen valor. Cuatro cajas de cartón y unas treinta hojas de papel bond es lo único que la mujer rescatará de esa bolsa en dicho desvió.

Las manos de los recicladores se parecen. La línea de la vida que parte entre el índice y el pulgar es tan larga que termina en la base de sus manos. No sólo se puede predecir el tiempo que vivirán, sino también la forma. Sus líneas son profundas.

Quizá uno de los sectores más marginados aún dentro de los marginados, es el de aquellos que por distintas circunstancias viven de escarbar en las basuras. El término genérico con el que se les designa es el de basuriegos, término peyorativo que conlleva una alta dosis de desprecio y que los coloca en la misma condición del material que trabajan: las basuras.

Este grupo humano es el resultado de varios factores que confluyen en nuestro país: por un lado los ya mencionados procesos de industrialización, y por otro la creciente migración de familias desplazadas del campo a la ciudad que van a engrosar sus cinturones de miseria y que por no encontrar otras alternativas de sostenimiento, se dedican a la economía del rebusque en los basureros, rellenos sanitarios, ríos, calles y canecas. Esto sin mencionar las franjas de personas que llegan allí, por desintegración del núcleo familiar y de la drogadicción.


EL CAMIÓN DE BASURA

Son las mañanas de los martes y viernes que el camión de basura hace la visita a este desvió. Con una música en particular da aviso a los vecinos para que terminen de llevar las bolsas de basura que les falto. Hay dos camiones que recorren el distrito de Cayma recolectando cincuenta toneladas de basura por día en dos vueltas de trabajo cada uno.

Recicladoras contratados por la Municipalidad De Cayma en plena faena 
Ganarse la vida como chofer de un camión de basura marea. La nariz con bulto y punta redondeada de Percy Quispe se acostumbró al olor. Su esposa no lo aguanta. A pesar de que la cabina del chofer es compacta, los olores siempre encuentran el camino para llegar a su nariz y aturdirlo y confundirlo durante todo el día.

Los tres hombres que levantan la basura trabajan como si fueran a pilas. Sin asco recogen todo aunque esté chorreando. Las bolsa de basura de la esquina del desvió de la Av. 28 de Julio, Calle Huayna Cápac y Simón Bolívar, la que fue escarbada por Teresa Quispe, es una más mientras espera que alguno de los miembros de la cuadrilla la recoja. Su olor parece no importarles.

Los tres recolectores que recogen los residuos en una serie de movimientos coordinados no sólo tienen que lidiar con la basura. Un borracho que salía de un restaurante de la Av. Sucre miró a todos lados, vio el camión y orinó sobre la llanta trasera. Mientras el 5034 seguía su recorrido, el desorbitado hombre se fue cayendo al vacío intentando cerrar la cremallera del pantalón. Una cuadra más adelante, la escena se repetirá con otro hombre.

También hay quienes se ponen cómodos sobre la basura. Unos minutos antes de la medianoche sobre el pasto, característico de este sitio en particular, dos jóvenes en estado de ebriedad durmieron sobre los paquetes de basura. Los recogedores no pueden hacer nada. Si intentan llevárselas los indigentes reaccionan como cualquier desvelado y los agarran a palazos. Tienen que esperar a la segunda vuelta que termina minutos después de las doce del mediodía para poder llevarse las camas de estos hombres.

Poblador  de Cayma sacando los desperdicios  de su
 vivienda para llevarla al camión de basura.
La ruta de este camión compactador varía todos los días. En alguna oficina de la municipalidad de Cayma, una pantalla sigue el recorrido gracias a un sistema de GPS. Un punto azul se desplaza con lentitud como un Pacman adormilado. La 5034 saldrá por la avenida principal de Cayma en busca de la carretera que lo lleve a la planta de transferencia ubicada más arriba de la Embajada de Japón. En la puerta, una báscula registra su peso. Adentro lo espera una madrina, un camión con cinco veces más capacidad.

En el Perú «tener esquina» era una expresión que hablaba de cierta pericia con los puños o de transacciones ilícitas. Las esquinas nunca fueron lugares limpios. Quizás esa sea la razón por la que son el lugar más común para tirar la basura antes de dormir. Son los territorios de los caminantes nocturnos que parecen invulnerables al espanto del contenido de nuestros desperdicios. Les decimos recicladores. Como separan los desechos orgánicos de los inorgánicos y reusables, la industria del reciclaje los llama segregadores.

Una nueva ley intenta mejorar su calidad de vida, pero el debate por su denominación ha beneficiado a la industria y no a ellos. En algunos distritos como Paucarpata y Mariano Melgar, los recicladores juegan a las escondidas con la seguridad municipal y los camiones de basura. Un reciclador sólo necesita palpar por fuera para saber lo que hay dentro de los paquetes.

Su trabajo es necesario en una sociedad que sigue cocinando en casa y que produce por persona ochocientos gramos de residuos diarios en promedio, menos de la mitad de lo que se produce en Estados Unidos. Sin máquinas que separen los residuos orgánicos y los inorgánicos en cada esquina, los recicladores lo hacen en silencio, sin molestar a nadie.






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