UNA CITA CON TU
BOLSA DE BASURA
Los recicladores
de basura forman una pequeña pero vital parte de la economía informal. Estos
trabajadores - hombres, mujeres y niños – se ganan la vida recogiendo, clasificando,
reciclando y vendiendo los materiales valiosos tirados por otros. Más de
100.000 personas trabajan en Perú en el reciclaje de basura.
Nombre:
Fiama Milagros Chullo Cahuana
Correo
electrónico: milagrosf93@Hotmail.com
En el Perú, la ley dice que las bolsas
de residuos sólidos deben tener un color distinto según lo que lleven dentro.
Amarillo es para metales, blanco para plásticos, azul para papel, verde para
vidrio y rojo para restos hospitalarios. Sólo los desechos de los hospitales,
que no son colocados en la calle, respetan el color que les corresponde. Nadie
más lo cumple. La basura de las casas suele ir en la primera bolsa que
encontramos.
En el desvió de la Av. 28 de Julio,
Calle Huayna Cápac y Simón Bolívar en Cayma
un costal negro de rafia está atrapada esta encima de la espalda de una
mujer. Salió de su casa hace unos instantes. Es negra para ocultar lo que hay
dentro. Es grande como para contener un televisor de veintiún pulgadas, pero no
resiste más de quince kilogramos.
Esta mañana de invierno, este desvió amaneció
repleta bolsas de polietileno de todos los colores. La única clasificación
visible es la de las marcas que las reparten. Blancos de farmacias, amarillos y
verdes de supermercados, rojos de centros comerciales. Esta bolsa de
polietileno (el plástico más común) es una de los mil millones que se fabrican
al año en el mundo.
En España han creado una ley para que en
2018 nadie use esas bolsas. En Bronwsville, uno de los municipios más pobres de
Texas, ya están prohibidas y quienes se empeñen en usarlas deben pagar un dólar
por cada una para contribuir con el presupuesto de limpieza de la ciudad. Los
canadienses Harry Wasylyk, Larry Hansen y Frank Plomp crearon en 1950 la bolsa
para basura. En la Edad de Piedra, todo era aprovechable y biodegradable. El
reciclaje era un asunto cotidiano. En el siglo XXI creemos que no nos hace
tanta falta. Todo es más barato y descartable. Una bolsa de basura es un
instrumento para olvidar. La que está aquí esta noche tardará doscientos años
en degradarse.
Dice que es inmune al filo de los
vidrios, peros sus manos parecen marcadas por ellos. Teresa Quispe Huamán es
una anciana de sesenta años con mechones blancos y dentadura incompleta que
trabaja con dos chompas encima, una falda manchada por la suciedad, una chalina
que le cubre el cuello y nunca se quita el gorro que la caracteriza, era de
color azul pero el sol inclemente hizo que se volviera a un tono gris.
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Teresa
Quispe Huamán hurgando la basura del desvió con la esperanza de
encontrar
plásticos o alguna otra materia reciclable que le permita ganar dinero.
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Teresa tiene 10 años escarbando entre la
basura buscando plásticos, papeles y vidrios. Actúa con la precisión de un
cirujano. Después de cinco minutos de hurgar terminará por descartar cáscaras
de mandarina, vasos de tecnopor y bordes de pizza. Los desperdicios de una cena
mal medida, quizás el almuerzo que alguien no comió. Para ella no tienen valor.
Cuatro cajas de cartón y unas treinta hojas de papel bond es lo único que la
mujer rescatará de esa bolsa en dicho desvió.
Las manos de los recicladores se
parecen. La línea de la vida que parte entre el índice y el pulgar es tan larga
que termina en la base de sus manos. No sólo se puede predecir el tiempo que
vivirán, sino también la forma. Sus líneas son profundas.
Quizá uno de los sectores más marginados aún dentro
de los marginados, es el de aquellos que por distintas circunstancias viven de escarbar
en las basuras. El término genérico con el que se les designa es el de basuriegos,
término peyorativo que conlleva una alta dosis de desprecio y que los coloca en
la misma condición del material que trabajan: las basuras.
Este grupo humano es el resultado de
varios factores que confluyen en nuestro país: por un lado los ya mencionados
procesos de industrialización, y por otro la creciente migración de familias
desplazadas del campo a la ciudad que van a engrosar sus cinturones de miseria
y que por no encontrar otras alternativas de sostenimiento, se dedican a la
economía del rebusque en los basureros, rellenos sanitarios, ríos, calles y
canecas. Esto sin mencionar las franjas de personas que llegan allí, por
desintegración del núcleo familiar y de la drogadicción.
EL CAMIÓN DE BASURA
Son las mañanas de los martes y viernes
que el camión de basura hace la visita a este desvió. Con una música en
particular da aviso a los vecinos para que terminen de llevar las bolsas de
basura que les falto. Hay dos camiones que recorren el distrito de Cayma
recolectando cincuenta toneladas de basura por día en dos vueltas de trabajo
cada uno.
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Recicladoras
contratados por la Municipalidad De Cayma en plena faena
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Ganarse la vida como chofer de un camión
de basura marea. La nariz con bulto y punta redondeada de Percy Quispe se
acostumbró al olor. Su esposa no lo aguanta. A pesar de que la cabina del
chofer es compacta, los olores siempre encuentran el camino para llegar a su
nariz y aturdirlo y confundirlo durante todo el día.
Los tres hombres que levantan la basura
trabajan como si fueran a pilas. Sin asco recogen todo aunque esté chorreando.
Las bolsa de basura de la esquina del desvió de la Av. 28 de Julio, Calle
Huayna Cápac y Simón Bolívar, la que fue escarbada por Teresa Quispe, es una
más mientras espera que alguno de los miembros de la cuadrilla la recoja. Su
olor parece no importarles.
Los tres recolectores que recogen los
residuos en una serie de movimientos coordinados no sólo tienen que lidiar con
la basura. Un borracho que salía de un restaurante de la Av. Sucre miró a todos lados, vio el camión y
orinó sobre la llanta trasera. Mientras el 5034 seguía su recorrido, el
desorbitado hombre se fue cayendo al vacío intentando cerrar la cremallera del
pantalón. Una cuadra más adelante, la escena se repetirá con otro hombre.
También hay quienes se ponen cómodos
sobre la basura. Unos minutos antes de la medianoche sobre el pasto, característico
de este sitio en particular, dos jóvenes en estado de ebriedad durmieron sobre
los paquetes de basura. Los recogedores no pueden hacer nada. Si intentan
llevárselas los indigentes reaccionan como cualquier desvelado y los agarran a
palazos. Tienen que esperar a la segunda vuelta que termina minutos después de
las doce del mediodía para poder llevarse las camas de estos hombres.
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Poblador de Cayma sacando los desperdicios de su
vivienda para llevarla al camión de
basura.
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La ruta de este camión compactador varía
todos los días. En alguna oficina de la municipalidad de Cayma, una pantalla
sigue el recorrido gracias a un sistema de GPS. Un punto azul se desplaza con
lentitud como un Pacman adormilado. La 5034 saldrá por la avenida principal de
Cayma en busca de la carretera que lo lleve a la planta de transferencia
ubicada más arriba de la Embajada de Japón. En la puerta, una báscula registra
su peso. Adentro lo espera una madrina, un camión con cinco veces más
capacidad.
En
el Perú «tener esquina» era una expresión que hablaba de cierta pericia con los
puños o de transacciones ilícitas. Las esquinas nunca fueron lugares limpios.
Quizás esa sea la razón por la que son el lugar más común para tirar la basura
antes de dormir. Son los territorios de los caminantes nocturnos que parecen
invulnerables al espanto del contenido de nuestros desperdicios. Les decimos
recicladores. Como separan los desechos orgánicos de los inorgánicos y
reusables, la industria del reciclaje los llama segregadores.
Una
nueva ley intenta mejorar su calidad de vida, pero el debate por su
denominación ha beneficiado a la industria y no a ellos. En algunos distritos
como Paucarpata y Mariano Melgar, los recicladores juegan a las escondidas con
la seguridad municipal y los camiones de basura. Un reciclador sólo necesita
palpar por fuera para saber lo que hay dentro de los paquetes.
Su
trabajo es necesario en una sociedad que sigue cocinando en casa y que produce
por persona ochocientos gramos de residuos diarios en promedio, menos de la
mitad de lo que se produce en Estados Unidos. Sin máquinas que separen los
residuos orgánicos y los inorgánicos en cada esquina, los recicladores lo hacen
en silencio, sin molestar a nadie.
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